jueves, 1 de octubre de 2009

UNA FORASTERA EN UMBALAD


UNA FORASTERA EN UMBALAD
Texto original de Pacelli Torres

Aquella ciudad había sido construida sobre una telaraña.


En los tiempos que precedieron a la gran inundación, en lo que más tarde sería el país mítico de Dhalajinn, habitaban seres realmente gigantescos, tan enorme era su tamaño que se alimentaban de criaturas del tamaño de nuestros antiguos saurios.

Uno de ellos era una araña de proporciones descomunales que tejió su telaraña entre dos altas montañas en lados opuestos de un valle. Durante siglos nunca le faltó el alimento pues diversas clases de criaturas eran atraídas y caían en su red. Cuentan los antiguos textos que después de mucho tiempo abandonó su red y estuvo vagando de colina en colina hasta que no se supo ya de su paradero.

Los primeros colonizadores que llegaron al lugar encontraron la red abandonada y considerando los múltiples peligros que se presentaban en el río y su rivera, así como en la selva impenetrable de las montañas cercanas decidieron edificar sobre ella su ciudad.

Umbalad fue el nombre que le dieron queriendo significar “suspendida en el aire”. Aquella era sin duda una ciudad excepcional. Las cuerdas de la red formaban sus callejuelas y eran lo suficientemente amplias para que dos carruajes transitaran simultáneamente por ellas. Había lugares donde habían construido plataformas artificiales sobre las cuales habían levantado magníficas edificaciones. En cuanto a los víveres y suministros, habían adaptado sistemas especiales para captar el agua lluvia y un ingenioso despliegue de trampas colgantes les permitía cazar a los descendientes de las criaturas voladoras de antaño. Aquella era su fuente primordial de proteína aunque algunas plantas habían empezado a invadir la telaraña y sus frutos habían probado no sólo ser comestibles sino también bastante apetitosos.

El pegante natural usado por los arácnidos al construir su tela parecía haber perdido su poder hacía mucho tiempo, así que no era impedimento para el libre tránsito de los habitantes de aquella ciudad colosal.

Hasta allí llegó un día Rassej, una de mis compañeras de la academia, recorriendo los pasajes desolados que unen diferentes mundos en distintas dimensiones. Lo primero que aprendió, y aquello fue en extremo tranquilizador, fue que por alguna razón la gente no caía hacia el abismo si resbalaba de las cuerdas sino que era atraída por una especie de magnetismo hacia la telaraña. Los objetos y todo aquello que ya no poseyera vida, sin embargo, no estaban sujetos a tal efecto y caían con creciente velocidad hacia el vacío.

Siendo una viajera experimentada asimiló pronto las costumbres del lugar y como cualquier filósofa errante pronto se vio rodeada de innumerables amistades con quienes compartía anécdotas e intereses que algún día reposarían en uno de los libros de la gran biblioteca de Dhajalinn.

Su estancia en Umbalad culminó un par de años antes de la gran conmoción que azotara el lugar. El temible arácnido constructor de la telaraña había regresado y pronto dio cuenta de sus más preciadas presas. Los habitantes trataron de huir pero atraídos como estaban a las cuerdas, su escape fue imposible. Registros escritos de lo sucedido cayeron al río, y junto con el relato de mi camarada son el único vestigio de la existencia de Umbalad.

Pacelli
Sept 30 2009

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