viernes, 2 de octubre de 2009

BANTEK, EL ARTESANO


BANTEK, EL ARTESASNO
Relato original de Pacelli Torres


Cuentan las leyendas que a las afueras del pueblo de Bantú vivía un artesano de nombre Bantek. Aquel era un buen hombre que después de haber educado a sus hijos y haber quedado viudo vivía solo en lo que anteriormente había sido el taller de sus antepasados. En aquel tiempo ya no hacía artesanías y se dedicaba al cuidado tanto de su huerta y como de sus recuerdos.

Un día Bantek encontró una vieja vasija de barro y dentro de ella un pergamino y una llave. El pergamino estaba escrito en un viejo código familiar y daba las instrucciones para encontrar un cofre que, según decía, había pertenecido al gran Donard, uno de sus antepasados famosos que bien podría considerarse el da Vinci de Dhalajinn.

Era costumbre en aquel país mítico y en sus alrededores facilitarles la vida al máximo a los ancianos así que el artesano no tuvo mayor inconveniente para emprender el viaje hacia la región montañosa al oriente de su hogar donde según las instrucciones debería aventurarse por senderos subterráneos.

Hasta allí llegó allí acompañado de unos mercaderes en tránsito pero el recorrido por los laberínticos pasajes de las cavernas lo hizo solo. Las cuevas habían sido habitadas por diferentes civilizaciones a lo largo de los siglos y sus paredes estaban adornadas por gravados y jeroglíficos que contaban las hazañas de los héroes pasados.

Bantek contempló con asombro los signos allí inscritos así como algunos objetos dejados por los antiguos pobladores.

Luego, estudiando atentamente el pergamino, determinó el lugar donde debería estar el cofre. Aquella era una cámara amplia cuyas paredes y techos estaban completamente adornados por arabescos y pinturas que representaban el estilo de vida de los tiempos pasados. En una pared estaban escritos los nombres de sus antepasados hasta llegar a su padre, debajo del cual Bantek escribió el suyo propio.

El cofre a que se refería el manuscrito estaba sobre una pequeña mesa de madera en un rincón. Usando la llave lo abrió y encontró un libro empastado en hierro y cuero con instrucciones que hablaban de una puerta movediza tras la cual había unas escaleras de piedra que descendían hasta perderse de vista. Por allí avanzó y notó con asombro que al hacerlo iba ganando fuerza y lozanía. Al principio no lo pudo creer, pero al descender iba rejuveneciendo.

Bantek, el artesano, pasó de los 70 años a los 60 y luego fue des-madurando hasta llegar a los 40 y finalmente alcanzó la edad de 33 años justamente cuando al llegar al final de las escaleras se vio frente a una gran puerta de bronce donde había grabados símbolos sagrados. Golpeó con el pesado aldabón y la puerta se abrió para dar paso a un grandioso salón con techo abovedado donde diversas clases de seres se dedicaban a las más disparatadas actividades. Bantek los observó con curiosidad al principio y luego con gran atención, pues creyó entender lo que allí sucedía. En un trono estaba un rey y junto a él un bufón hacía malabares y pronto comprendió que se trataba del rey Lear del drama de Shakespeare, también vio al Quijote luchando contra los molinos de viento, del libro de Cervantes y a Fausto y Mefistófeles firmando un pacto con sangre.

Todos estos personajes eran desconocidos para Bantek cuando viviendo en la superficie trabajara como artesano, pero lo cierto es que al descender por las escaleras del laberinto, este y otros conocimientos se fueron imprimiendo en su consciencia a medida que rejuvenecía.

Había llegado, sin saberlo, al mundo de las ideas puras de que hablara Platón, pues aquellos no eran seres reales sino los arquetipos de lo que habría de ser.

Allí también encontró la fuente de sus propias ideas y luego de observarlas con atención, un gran tirón lo sacó de aquella dimensión. Sintió un fuerte dolor y lloró dentro de su nuevo cuerpo de bebé recién nacido. Bantek acababa de entrar a nuestro mundo.

Pacelli
Oct 1 2009
(incluso a mí me parece un relato raro)

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