Zartos, el habitante del pantano
Relato original de Pacelli Torres
En el lago pestilente donde la temible hechicera Sacer de Raluar tenía su morada habitaba una gran cantidad de seres malignos producto de su más oscura magia. Uno de ellos era Zartos, quien teniendo forma de camaleón, también poseía alas que le permitían remontarse por el aire. Tenía también dos largas colas de color bronce y un cerebro superior al de muchos humanos.
Zartos odiaba el pantano y a las criaturas con las cuales convivía. Sentía un afecto extraño por Sacer, pero detestaba las limitaciones a las cuales se veía sometido.
Un día decidió aventurarse lejos del lago, pero los miles de insectos que merodeaban el lugar alertaron a Sacer quien de inmediato vino a ver de qué se trataba. Zartos confesó a su ama su deseo de alejarse de aquel lugar y Sacer le permitió marcharse por un año, pasado el cual debería traerle algo que ella habría de juzgar. Si era de valor Zartos ganaría su libertad, en caso contrario perdería su vida.
Este aceptó el trato. Por varios meses estuvo rondando las ciudades de los humanos, se transformaba en gato, perro o insecto y estudiaba con atención su comportamiento. A veces también adaptaba formas inanimadas como brisa, lluvia o la llama de una vela y los acompañaba en sus festines o en sus momentos de dificultades. De esta forma aprendió del carácter humano y supo que en un mundo de apariencias lo que de verdad cuenta es lo que cada uno lleva en su corazón.
La vida en el pantano, ahora en retrospectiva, parecía sólo un accidente. Aquella no era su naturaleza. Tal vez con Sacer sucedía lo mismo. Si quería llevarle algo de valor, debería encontrarlo en el corazón de la hechicera y no en el mundo exterior.
Con esto en mente, regreso dos meses antes de que se venciera el plazo. En su ausencia había aprendido y practicado técnicas de transformación que le permitieron evadir la vigilancia del pantano. Su conciencia se había hasta cierto punto humanizado y pudo ver en sus antiguos compañeros del pantano sus dolores mudos y en algunos casos lo que habría de ser su triste porvenir.
Sacer, como siempre, estaba ocupada entre sus libros de magia y sus experimentos y no pudo notar la presencia de Zartos que entró en su cabaña en forma de hoja seca de nogal y permaneció allí observando tratando de encontrar algo que le diera muestra de lo que Sacer llevaba por dentro.
Aquel y los días que siguieron fueron infructuosos. Sacer de Raluar tenía muy bien guardados sus secretos. Un día, sin embargo, la hechicera salió a recoger hongos venenosos para sus pociones. A menudo cuando salía al campo se arrodillaba a contemplar algún pequeño misterio de la naturaleza, una planta recién germinada, una araña haciendo su tela, el musgo amarillo que crecía en las piedras o un ciempiés en un tronco podrido. En esos instantes se absorbía tanto en su contemplación que parecía que se transportara a otro mundo.
Aquel día Zartos había tomado la forma de una oruga que se posó en el borde de su cesto de setas, y desde allí pudo ver a la hechicera con los ojos cerrados sumida en lo que parecía un sueño. Fue como si una puerta se hubiera abierto a otra dimensión y hasta allí entró la conciencia de Zartos junto con la de su ama. Había ciudades de cristal con múltiples escalinatas y balcones y también un antiguo castillo de piedra desde cuya prisión se escuchaba un ruido persistente. Allí había un prisionero que tallaba algo sobre la pared de su celda, al acercarse los dos notaron que lo que escribía era un nombre, precisamente el nombre de la gran hechicera Sacer de Raluar.
Sacer despertó de súbito junto a un arroyo. Se negaba a creer que todo hubiera sido un sueño. Sacó de su cesto las piedras mágicas con las que leía el pasado y el futuro y notó con asombro que todo había sido una ilusión. No existían ni ciudades de cristal, ni escalinatas o castillos y mucho menos el prisionero. Con gran pena en el corazón regresó a su cabaña donde ya no pudo concentrarse en su magia.
Días más tarde apareció Zartos, su antigua criatura monstruosa, quien ahora había adquirido la forma humana de un noble con finos modales.
- “He vuelto y también he crecido mucho en mi viaje” – le dijo. “Cumpliendo con el trato he regresado con algo que encontré en los confines insondables del espacio-tiempo donde la magia negra no puede penetrar”. Y señaló a la ventana desde donde Sacer al acercarse pudo ver al prisionero montando en un caballo negro.
Zartos, al haber cumplido su promesa adquirió su libertad y se trasladó al planeta Tierra donde habita entre nosotros sin que apenas lo notemos.
Pacelli
Sep 26 2009
Relato original de Pacelli Torres
En el lago pestilente donde la temible hechicera Sacer de Raluar tenía su morada habitaba una gran cantidad de seres malignos producto de su más oscura magia. Uno de ellos era Zartos, quien teniendo forma de camaleón, también poseía alas que le permitían remontarse por el aire. Tenía también dos largas colas de color bronce y un cerebro superior al de muchos humanos.
Zartos odiaba el pantano y a las criaturas con las cuales convivía. Sentía un afecto extraño por Sacer, pero detestaba las limitaciones a las cuales se veía sometido.
Un día decidió aventurarse lejos del lago, pero los miles de insectos que merodeaban el lugar alertaron a Sacer quien de inmediato vino a ver de qué se trataba. Zartos confesó a su ama su deseo de alejarse de aquel lugar y Sacer le permitió marcharse por un año, pasado el cual debería traerle algo que ella habría de juzgar. Si era de valor Zartos ganaría su libertad, en caso contrario perdería su vida.
Este aceptó el trato. Por varios meses estuvo rondando las ciudades de los humanos, se transformaba en gato, perro o insecto y estudiaba con atención su comportamiento. A veces también adaptaba formas inanimadas como brisa, lluvia o la llama de una vela y los acompañaba en sus festines o en sus momentos de dificultades. De esta forma aprendió del carácter humano y supo que en un mundo de apariencias lo que de verdad cuenta es lo que cada uno lleva en su corazón.
La vida en el pantano, ahora en retrospectiva, parecía sólo un accidente. Aquella no era su naturaleza. Tal vez con Sacer sucedía lo mismo. Si quería llevarle algo de valor, debería encontrarlo en el corazón de la hechicera y no en el mundo exterior.
Con esto en mente, regreso dos meses antes de que se venciera el plazo. En su ausencia había aprendido y practicado técnicas de transformación que le permitieron evadir la vigilancia del pantano. Su conciencia se había hasta cierto punto humanizado y pudo ver en sus antiguos compañeros del pantano sus dolores mudos y en algunos casos lo que habría de ser su triste porvenir.
Sacer, como siempre, estaba ocupada entre sus libros de magia y sus experimentos y no pudo notar la presencia de Zartos que entró en su cabaña en forma de hoja seca de nogal y permaneció allí observando tratando de encontrar algo que le diera muestra de lo que Sacer llevaba por dentro.
Aquel y los días que siguieron fueron infructuosos. Sacer de Raluar tenía muy bien guardados sus secretos. Un día, sin embargo, la hechicera salió a recoger hongos venenosos para sus pociones. A menudo cuando salía al campo se arrodillaba a contemplar algún pequeño misterio de la naturaleza, una planta recién germinada, una araña haciendo su tela, el musgo amarillo que crecía en las piedras o un ciempiés en un tronco podrido. En esos instantes se absorbía tanto en su contemplación que parecía que se transportara a otro mundo.
Aquel día Zartos había tomado la forma de una oruga que se posó en el borde de su cesto de setas, y desde allí pudo ver a la hechicera con los ojos cerrados sumida en lo que parecía un sueño. Fue como si una puerta se hubiera abierto a otra dimensión y hasta allí entró la conciencia de Zartos junto con la de su ama. Había ciudades de cristal con múltiples escalinatas y balcones y también un antiguo castillo de piedra desde cuya prisión se escuchaba un ruido persistente. Allí había un prisionero que tallaba algo sobre la pared de su celda, al acercarse los dos notaron que lo que escribía era un nombre, precisamente el nombre de la gran hechicera Sacer de Raluar.
Sacer despertó de súbito junto a un arroyo. Se negaba a creer que todo hubiera sido un sueño. Sacó de su cesto las piedras mágicas con las que leía el pasado y el futuro y notó con asombro que todo había sido una ilusión. No existían ni ciudades de cristal, ni escalinatas o castillos y mucho menos el prisionero. Con gran pena en el corazón regresó a su cabaña donde ya no pudo concentrarse en su magia.
Días más tarde apareció Zartos, su antigua criatura monstruosa, quien ahora había adquirido la forma humana de un noble con finos modales.
- “He vuelto y también he crecido mucho en mi viaje” – le dijo. “Cumpliendo con el trato he regresado con algo que encontré en los confines insondables del espacio-tiempo donde la magia negra no puede penetrar”. Y señaló a la ventana desde donde Sacer al acercarse pudo ver al prisionero montando en un caballo negro.
Zartos, al haber cumplido su promesa adquirió su libertad y se trasladó al planeta Tierra donde habita entre nosotros sin que apenas lo notemos.
Pacelli
Sep 26 2009
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